Reseña Cultural: 1768 // Reseña Literaria: 292
Reseña actualizada. Publicada el 10 de marzo del año 2018 en Lux Atenea.
Publicado por: EDICIONES 29
ISBN: 84-7175-481-9
Edición: 2000 (EDICIÓN COMPRADA)
Páginas: 160
La excelsa e inigualable obra artística del genial poeta italiano Giacomo Leopardi (1798-1837) siempre nos llevará a poder sentir y disfrutar la crème de la crème literaria más espiritual. Ya desde la publicación de la Revista Cultural Gótica ATIS&NYD (1999-2002), la literatura decimonónica del Romanticismo se convirtió en mi eje cultural, siendo mi temática principal en una época donde estos genios artísticos no tenían presencia ni repercusión alguna en la escena informativa gótica de aquellos años, y en los grandes medios de comunicación estaban completamente olvidados. Como no podía ser de otra forma, Lux Atenea tomó ese legado y ese testigo cultural desde el año 2006 hasta la actualidad y, en este retorno a la publicación de reseñas literarias era inevitable la presencia de este ilustre genio del Romanticismo a través de su excelsa obra “Los Cantos”. Una irresistible pasión por la literatura y por la cultura que he sentido desde la infancia, y que sigo teniendo actualmente sobre todo a través de los libros editados en papel. Como analista cultural, escribir esta reseña sobre la obra de Giacomo Leopardi “Los Cantos” es todo un honor. Ha sido volver a sentir el inmenso placer de su relectura, ha sido volver a experimentar la pasión por su obra rememorando la relevante figura de este poeta italiano que escribió versos en el lenguaje del alma. Conceptualmente muy avanzado a su tiempo, como así podrán comprobarlo y disfrutarlo los bibliófilos lectores de Lux Atenea en estos versos que vertebran su obra, en este elegante poeta descubrirán una virtuosa integración de clasicismo y belleza retórica armonizadas con pinceladas de modernidad, como si fuera una impactante vidriera multicolor de vivos tonos que te impresionan y cautivan, pero cuyo mensaje espiritual solamente es posible observar y comprender analizando el conjunto global desde la distancia. En “Los Cantos”, así se presentará el mensaje de Giacomo Leopardi con versos que aparentan ser un todo en sí mismos e independientes entre ellos, y en su conjunto global adquieren esta fuerza espiritual donde el Ideal resplandece con intensidad y con esa aura tan cercana al alma mística, y sin perder el contacto con este plano de la realidad en el cual vivimos. Una perspectiva vital que caracterizó y dio personalidad a su estilo incomparable como poeta. Estos cantos les invitarán a la reflexión, a una reflexión profunda de absolutamente todo.
“¿Qué significa esta soledad inmensa? ¿Y yo, qué soy?”
La contemplación de la ausencia de plenitud en el ser humano que observa a su alrededor, a Giacomo Leopardi le llevará al Ideal para ser tomado y reverenciado como axis mundi de carácter trascendente alrededor del cual debería girar y regirse espiritualmente la sociedad, la cultura, y la esencia de cada individuo en ese mundo por él anhelado. Desde que, en tiempos remotos que se pierden en la memoria, el ser humano tomó consciencia de la muerte, de su propia muerte, preguntándose a continuación qué sentido tiene su existencia en este mundo, desde ese preciso momento la Humanidad empezaría a perder definitivamente la inocencia para no volver a recuperarla jamás. Esa mirada inocente, confiada y alegre hacia la Divinidad, hacia el universo, hacia el mundo que le rodea, hacia otros seres vivos y otros seres humanos, fue perdiéndose irremediablemente porque la semilla del Mal ya había quedado plantada y enraizada en la especie humana incluso antes de esa toma de consciencia. A partir de ese momento arcaico, difuso en el principio de los tiempos tras esa pérdida de la inocencia, el resto de nuestra Historia no ha sido más que una repetición de los mismos males, de los mismos dramas, y del mismo dolor en diferentes escenarios con distintos protagonistas, pero siempre con una permanente angustia existencial que no ha menguado en absoluto en ninguna época anterior y en el presente. Un vacío espiritual interior, y una sensación de estar viviendo en un mundo regido por ese homo homini lupus que no ha variado ni un ápice ni en el pasado, ni en el presente vivido por Giacomo Leopardi en el siglo XIX, ni en la actualidad posmoderna del siglo XXI, y que seguro no va a cambiar en los próximos siglos. El ser humano ha transformado el entorno gracias a sus avances científicos y tecnológicos, ha avanzado mucho en los medios que tiene a su alcance para conseguir sus objetivos, y en la forma de usarlos para transmitir ese saber. Unos conocimientos que permiten amplificar constantemente la manipulación humana del entorno para su confort pero, interiormente, en su verdadera esencia, el ser humano no ha cambiado absolutamente nada en milenios. Ni siquiera el hombre primitivo viviendo en sociedades tribales regidas por antiguas creencias chamánicas aparentemente más cercanas a ese otro mundo supraterrenal de la Divinidad, se libró de esta semilla del Mal. A principios del apasionante siglo XIX, el poeta Giacomo Leopardi tomó consciencia de esta realidad, negándose a aceptarla para pasar a la creencia de un Ideal que será eso mismo, un Ideal. Esa esencia espiritual suprema que une lo terrenal con lo divino, y donde el Amor romántico se transforma en la auténtica sangre espiritual del individuo que le conducirá a la eternidad. Esa misma sangre espiritual que se convertiría en la tinta que utilizará Giacomo Leopardi para escribir estos versos.
“Lloré por lo despojada, exánime,
que se volvió para mí la vida,
la tierra convertida en árida,
encerrada en eterno hielo.”
A los bibliófilos lectores de Lux Atenea, lo que más les sorprenderá del arte poético de Giacomo Leopardi es su sensibilidad. Su extrema sensibilidad. Una sensibilidad unida al intelecto, a la intuición, al saber eterno del alma, alcanzando un nivel de armonía poética al alcance de unos pocos elegidos dentro del colosal universo literario siempre tan diverso. En su amor al Ideal, perfuma estos poemas con la dulzura que emana de la esperanza y de la ilusión que genera que las cosas puedan cambiar. De ahí estos resplandores tan positivos que desprenden algunos de sus versos. Pero Giacomo Leopardi no ignora el inexorable paso del tiempo en el ser humano, en sus obras, en sus eras vividas aunque fueran escasas las Edades de Oro, siendo lo fugaz y lo intrascendente los que dominen y prevalezcan en la condición humana. Unos versos que desnudan y desvelan esos secretos que a la Humanidad no le gusta ni reconocer ni abordar porque, cuando lo civilizado domina una sociedad avanzada, el nihilismo y el materialismo acaban poseyendo a sus individuos. Y si esa misma sociedad retornara a los valores tradicionales más unidos al medio natural, la barbarie y la superstición terminarían cegando a los individuos. Frente a este obscuro y tenebroso ciclo, Leopardi idealiza la visión del ser humano en armonía con la Madre Naturaleza, pero apartando completamente las creencias religiosas exotéricas que tanto daño le han hecho a lo largo de la Historia de la Humanidad. Giacomo Leopardi cree firmemente en el individuo como sol entre otros soles que hagan brillar intensamente a la sociedad y al futuro de la Humanidad, siendo lo natural y lo espiritual, el alimento principal que genere ese resplandor cargado de plenitud. Y con la muerte del individuo como asimilación del fin de la existencia carnal, lo eterno y lo divino adquieren una especial importancia en el mensaje trascendente de estos versos, sin ignorar el vacío que la ausencia de ese ser deja en quienes le amaron y aún tienen que seguir viviendo sin su presencia en este áspero e insensible mundo. Ese Amor en ausencia del ser amado también se transforma en Ideal, en esperanza de eternidad y de reunión post mortem tras haber bebido juntos la ambrosía del Amor romántico en este mundo, en este inhóspito mundo. “Los Cantos”, la iridiscente estética de los versos escritos con el lenguaje del alma, y no con el lenguaje racional del Yo y del Ego. ¡¡¡Disfrútenlo!!!
Félix V. Díaz
En Lux Atenea solamente escribo y publico reseñas sobre ediciones originales que he comprado, o recibido como promocional.
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